sábado, 8 de julio de 2017

Baby Driver (2017): Nobody puts B-A-B-Y in the corner

Edgar Wright es uno de mis directores favoritos. Con su Trilogía del Cornetto y Scott Pilgrim consiguió hacer cuatro películas excelentes, a las que me es imposible sacarle fallos. Su sentido del humor, su manera de hacernos conectar con sus personajes, su cine sobre personajes no guays y cierto aire perdedor, sus planos, sus referencias, su imaginación en lo visual a la hora de construir imágenes, sus bandas sonoras, su facilidad para crear personajes y situaciones que forman parte de tus recuerdos cinéfilos y del recuerdo cinéfilo de toda una generación, tengan más o menos repercusión sus películas. En Baby Driver tenemos mucho más de esto. 

Si conoces a Edgar Wright, sabes que si hay algo que le gusta además del cine es la música. Lo ha demostrado anteriormente, tanto en sus películas como en declaraciones, redes sociales o entrevistas, y en Baby Driver consigue una fusión perfecta de dos pasiones. Baby Driver es una gozada para la vista y para los oídos, es una celebración de los dos sentidos, es una muestra de que cuando van de la mano, son mejor. Es espectáculo, es el musical que no te esperas. 

Porque Baby Driver puede parecer que peca de nacer de un argumento no muy original: el protagonista (Ansel Ergot) trabaja de conductor especializado en fugas para su jefe cabroncete (Kevin Spacey), que tiene un equipo dedicado a atracos. Pero no has visto otra película igual. En el cine, como en todo, se han contado las mismas cosas un millón de veces. Lo interesante es cuando alguien nos muestra otro punto de vista, cuando el camino es diferente. Según leí en la revista Empire, la idea se le ocurrió a Edgar Wright escuchando música en su apartamento, y pensó en alguien que no pudiera conducir sin escuchar música.


Así nació Baby, nuestro protagonista. Sí, Baby, B-A-B-Y, Baby. Baby siempre va con sus gafas de sol y sus auriculares puestos, tiene diferentes ipods según su estado de ánimo y los días de la semana. Baby es inmediatamente historia del cine: puedo parecer atrevida diciendo esto, pero la construcción del personaje es tan perfecta, carismática y reconocible que será imposible que alguien vea a un chico con gafas de sol y sus auriculares y no piense en Baby, especialmente si está detrás de un volante. Ha creado una imagen que va a pasar a formar parte de la cultura de todos aquellos que vean Baby Driver. No nos vamos a olvidar de Baby. Por supuesto, Ansel Ergot tiene parte de culpa: está inmenso como Baby, conecta con nosotros de inmediato, y sabemos todo lo que pasa por su cabeza.

Imposible olvidarnos de Baby cuando recorremos el camino sin despegarnos de él. Escuchamos lo que él escucha, vemos lo que él ve, sentimos lo que él siente. Somos Baby, y no es difícil serlo. En mi caso, adoro los personajes que tienen problemas, que no son héroes, que son discriminados, que no encajan, que están rotos, marcados por un suceso trágico. ¿Quién no se ha sentido así alguna vez? Pero los freaks, los nerds, también podemos molar. También pueden demostrarte que son mejores que aquellos que se ríen de los que son diferentes. Y que esos que se ríen de ellos, deben tener cuidado, porque algún día les puedes cabrear y entonces veremos si se siguen riendo.


Baby se siente conectado al mundo a través de la música y la conducción. Todos tenemos nuestro refugio, algo que nos salva y nos mantiene en este mundo. Cómo no vamos a empatizar con Baby. Y cómo no vamos a entender lo que siente Baby cuando conoce a Debora (Lily James), que aparece en su vida a través de la música, cómo no. Porque hay veces que algo te hace click con alguien, cuando todos los demás parecen extraños que están a millas de distancia de ti, aparece alguien que habla en tu mismo idioma, que te conecta y te reconcilia con el mundo. Alguien que te da ilusión, alguien con quien perderse dejando el resto del mundo atrás. Una oportunidad de una vida nueva, porque por muchas millas que recorra Baby, su pasado siempre le pesa.

Pero no es fácil para Baby. Como ya he dicho, trabaja para un jefe un poco cabroncete, y Baby no puede dejar este mundo cuando quiera. No está solo tampoco: aparte de su jefe, tenemos a un psicópata (Jamie Foxx) que está listo para estallar en cualquier momento y llevarse a quien pueda por delante; y a unos Bonnie y Clyde (Eiza González y Jon Bernthal) con mucha pasión y muy mala leche. El espectador se ve envuelto en una situación comprometida: sabes que Baby es una buena persona (si hasta tiene aspecto de niño bueno que hace poco que dejó el cole), que debe alejarse de ese mundo, solo quieres que la vida le vaya bien. Pero cuando te rodeas de gente así, las cosas no son fáciles. Y quizás, por muy buena persona que seas, te ves en medio de una circunstancia que te obliga a tomar la decisión de qué es lo moralmente correcto, y la respuesta no es sencilla. A pesar de que Edgar Wright no es tan básico como yo y no lo dice en la película, a mí me parece acertado: Nobody puts Baby in the corner. Intentarán hacerlo durante toda la película, pero él les demostrará que eso no se le hace a Baby.


Como ya digo, Wright no es tan básico, y nos da buenas dosis de humor, como siempre, entre carrera y carrera. Tenemos persecuciones inolvidables, acción, música. Es entretenimiento puro, pero eso no significa que solo sea eso: parece que cuando una película es divertida y tremendamente entretenida, es hueca; y cuando haces una película aburrida pausada y con alguna frase aparentemente trascendental, tu película es muy profunda. Que tu película se aleje de los blockbusters no le da profundidad; mientras que hacer una película que se acerca no le resta calidad, mérito o diferentes lecturas. La manera en la que está rodada y editada Baby Driver es ya un prodigio por sí misma, una muestra de talento que te va a dejar con ganas de más. No solo nos acompañará Baby en el recuerdo, hay muchos momentos que dejan huella. ¡Hasta elementos! Esas cintas de casette, que realizan una conexión perfecta: Baby Driver es una película actual, pero tiene cierto aire a esas películas que se hacían hace décadas, cuando los blockbusters eran pura magia. Por cierto, entre Baby Driver y Guardianes de la Galaxia, ¿conseguirán que los casettes vuelvan y molen más que los vinilos? No sé, pero al menos demuestran que todavía es posible hacer películas comerciales de alta calidad.


¿Os acordáis de la escena de Shaun of the dead en la que golpeaban a zombies al ritmo de la música de Don't stop me now Queen? ¿Os parecía buena? Con Baby Driver vais a alucinar. El uso de la música y los cambios de planos, movimientos y acciones es, sencillamente, para alucinar. Para alucinar, disfrutar, preguntarte cómo se le ha podido ocurrir, pensar en qué bien medido que está todo, y para dar las gracias a Edgar Wright por maravillas así. Los últimos 30-40 minutos de metraje te harán pasar desde el mejor rato de tu vida hasta vivir una tensión y una adrenalina difíciles de sobrellevar. Un cierre espectacular para una película espectacular. Pero no te confíes, no te confíes pensando que sabes de qué va la cosa, que Baby Driver es cine de autor, cine puro, disfrazado de una fiesta.

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